Es raro, lo admito, pero la cuarta parte de las historias del Señor Cardón está cobrando más vigor que la tercera. Por algún motivo, "El Mundo que llegó tarde" está acaparando toda mi atención, dejando de lado los otros cuatro proyectos en segundo plano.
Aprovecho para agradecer a las personas que lo difundieron en escuelas y bibliotecas, a los amigos que siguen recomendándolo. Con decirles que hay unos chicos de un colegio que, para fin de año, quieren hacer una versión teatral del Cardón!! Estoy emocionado y no pienso perdermelo por nada del mundo!! Les voy mandando el Prólogo, para que vayan teniendo una idea del tono de la novela. ¡¡¡Espero comentarios!!!
Prólogo- ¿Y ahora qué hacemos?- me pregunta mi amigo Pierre, el montículo de piedras más antiguo del mundo, mientras una inesperada nieve de verano empieza a cubrirlo.
- Y… sobrevivir- le respondo.
- Bueno, Cardón –dice Pierre- al menos es un plan...
- Pero no tengo mucho más –admito.
Pierre observa la nieve que empieza a acumularse sobre mis brazos y dice:
- Para mí con eso basta. Sobrevivir no es un mal plan.
- Y vamos a tener que ponernos en marcha –agrego.
- ¿No era que no tenías un plan? –se queja Pierre al intuir que su tranquilidad está por llegar a su fin.
- Es que se hace tarde, Pierre.
- ¿Tarde para qué?
- Para todo –alcanzo a decirle antes de que la nieve nos cubra por completo.
*
El mundo tiene caminos y atajos, respuestas y trampas. El problema es que ya tomamos demasiados atajos y que nunca dejamos de hacer trampa. Y ahora estamos acá, al final de un camino cubierto de nieve y de silencio. Y, aunque cueste aceptarlo, no podemos volver atrás.
Llegamos a lo alto de una colina gracias a Mara, una pequeña niña de unos siete años, la personita más vivaz y perseverante que se haya concentrado en un metro cincuenta de pura bondad. Mara tuvo la gentileza de traer su carrito de juguetes para transportarnos a mí y a Pierre hasta la cima. Desde ahí, Pierre mira el camino que dejamos atrás y me pregunta:
- ¿Ves eso? –pero sólo me indica un punto incierto en la llanura, completamente cubierta de nieve.
- No veo nada –le respondo.
- Nada- repite él con tristeza- es lo que queda de nuestra casa.
Mara se asoma y, con inocencia, acota:
- A mí me parece una hermosa pista para patinar.
- Lo único que faltaba, el palo de púas con patines… -se burla Pierre.
- Sería un gran patinador –digo en mi defensa.
- ¿Con qué pies, Cardón?, ¿con qué pies?-exclama Pierre de manera teatral.
- Ay, señor Pierre –se queja Mara- usted siempre tan rígido. yo creo que el Señor Cardón tendría un excelente equilibrio. Además, yo lo ayudaría con la técnica.
- Nom de Dieu… lo que hay que escuchar – gruñe Pierre.
- ¿Y cuál es su problema con el optimismo? –pregunta Mara con curiosidad.
- El optimismo es una carrera de ciegos hacia el abismo con un cuadro de Magritte como premio –dice Pierre, creyéndose el ser más inteligente del mundo.
- Ya va a ver usted: un día de estos nos vamos a preparar con el Señor Cardón y le ganamos cualquier carrera.
- Mara –interrumpo- no vamos a correr ninguna carrera...
-¿Por qué? –quiere saber Mara.
- Porque no hay caminos; no hay rumbos… no hay nada. Además, ya es tarde. Es tarde y no tenemos casa. Así que…
- Así que nos ponemos en marcha –completa Pierre al notar que se me había quebrado la voz por la tristeza.
- Nos ponemos en marcha. –acepta Mara, y lo poco que quedaba de sol se esfuma, como apagado por tanta nieve, y tanta tristeza.